lunes, 12 de diciembre de 2011

Simple mente

Entender el cerebro es uno de los mayores desafíos de la biología actual, tal vez el mayor de todos, y su dificultad es sobre todo una cuestión de grandes números. La sede de la mente humana, el córtex cerebral, contiene 100 billones de sinapsis, o conexiones entre neuronas. Incluso la expresión "cifra astronómica" resulta inadecuada para describir esa opulencia, pues todas las estrellas de la Vía Láctea se quedarían cortas 500 veces a su lado. Y más perjudicado aún por la comparación saldría nuestro propio genoma con sus parcos 20.000 genes, que no tocan ni a un gen por cada 5.000 millones de conexiones neuronales.
Los meros números, sin embargo, indican también por dónde debe ir la solución. Los genes no pueden diseñar cada circuito diciéndole a cada neurona cómo tiene que conectarse con cada otra. No hay información para eso ni para nada remotamente parecido. El genoma solo puede diseñar el cerebro utilizando principios muy generales, válidos en muchas circunstancias y aplicados repetitivamente a lo largo del desarrollo.

Tal es el contexto en el que se inscribe la investigación que un grupo internacional coordinado por científicos del Instituto Cajal del CSIC acaba de presentar, y que demuestra que los cerebros se construyen optimizando las conexiones entre neuronas, como un circuito eléctrico organizado para gastar la mínima cantidad de cable posible. Este principio ya fue avanzado por Cajal hace un siglo, y ya había sido demostrado para el cerebro de los animales más simples, como el gusano C. elegans, cuyo sistema nervioso está tan simplificado que se ha podido describir neurona a neurona, y conexión a conexión, con toda exactitud. La nueva investigación extiende ese principio a un animal más complejo, la mosca Drosophila melanogaster, y muestra el camino para extrapolarlo a nuestra especie.

La ciencia está encontrando herramientas para reducir la abrumadora complejidad del cerebro a la necesaria simplicidad de los principios de construcción que lo diseñan. Todavía no es entender la mente, pero es un salto de gigante hacia esa última frontera de la biología de nuestro tiempo.

EL PAÍS - Opinión - 12-12-2011

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